Conclave. Secretos, poder y dilemas morales -
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La reciente muerte del Papa Francisco nos obliga a voltear la mirada hacia el Vaticano. Pronto comenzará el proceso de selección de su relevo. Este evento, le da una nueva densidad simbólica a la película Conclave (2024), dirigida por Edward Berger y protagonizada por Ralph Fiennes. Basada en la novela de Robert Harris, este film es más que un thriller religioso ambientado en el Vaticano: es una exploración crítica sobre los mecanismos de poder, las grietas de una institución milenaria, y los dilemas morales que emergen cuando lo sagrado se ve confrontado por lo humano.

El cardenal Lomeli, interpretado por Fiennes, es el camarlengo designado para organizar el cónclave papal. Su figura, moralmente recta pero profundamente perturbada por lo que descubre, se convierte en el eje de una narrativa que mezcla política, espiritualidad y secreto. A medida que avanza la elección del nuevo Papa, Lomeli se enfrenta a revelaciones que tensan los límites de la legalidad, la ética y la fe.

Desde una perspectiva jurídica, Conclave ofrece un retrato fascinante del derecho canónico como una arquitectura de poder. Las reglas del cónclave —el aislamiento obligatorio, el voto secreto, la exclusividad del proceso— son normas diseñadas para evitar influencias externas. Pero, como en todo sistema jurídico cerrado, también pueden ser utilizadas para ocultar, excluir y proteger intereses. La película muestra cómo estas normas, al volverse absolutas, se prestan al encubrimiento y a la manipulación política.

Y es que Conclave no rehúye uno de los temas más incómodos para la Iglesia católica: el encubrimiento de crímenes, especialmente los abusos sexuales cometidos por miembros del clero. La historia sugiere que los secretos que pesan sobre algunos cardenales no son teológicos, sino penales. Las intrigas políticas, los chantajes silenciosos y las redes de protección se revelan como parte de un sistema que prefiere mantener la fachada de santidad antes que confrontar la verdad. Este conflicto entre el deber institucional y la justicia es uno de los ejes más potentes de la cinta.

Uno de los giros narrativos más impactantes ocurre cuando el proceso del cónclave es interrumpido por un acto terrorista. Este momento, aunque breve, tiene una carga simbólica arrolladora. Es una irrupción brutal en un espacio sacralizado, una demanda de apertura forzada que revela la tensión entre el secretismo institucional y la necesidad social de transparencia. La violencia, aunque condenable, aparece como una metáfora de ruptura: una exigencia desesperada de que los muros del Vaticano se abran al escrutinio público.

En este contexto, Conclave plantea una crítica implícita pero poderosa: ¿cómo puede una institución que se proclama guardiana de la moral mantener un sistema de selección tan opaco? ¿Por qué los fieles no conocen los criterios reales que definen al líder espiritual de más de mil millones de personas? La película no ofrece respuestas, pero pone el dedo en la llaga.

Otro acierto de Berger es el tratamiento del rol de las mujeres en un espacio históricamente masculino. Isabella Rossellini, en el papel de una influyente figura cercana al fallecido Papa, encarna la presencia femenina en la periferia del poder. Su personaje, aunque formalmente excluido del cónclave, demuestra tener una influencia clave en el desarrollo de los acontecimientos. Rossellini es el rostro de muchas mujeres dentro de la Iglesia: las que no votan, pero piensan; las que no predican, pero guían. La película sugiere que el poder femenino existe en el Vaticano, aunque se ejerce desde los márgenes.

Y hacia el final, Conclave lanza un desafío inesperado y audaz: un dilema de género que pone al cardenal Lomeli en una encrucijada ética sin precedentes. Lo que se plantea no es sólo un conflicto moral, sino una pregunta de derechos fundamentales: ¿puede la Iglesia seguir ignorando las transformaciones sociales sobre género e identidad?

La estética de la película acompaña este tono grave y reflexivo. Con una paleta sobria, iluminación tenue y planos cerrados que capturan el peso del silencio, Berger dirige un relato que se sostiene más en lo que calla que en lo que dice. Las miradas entre los cardenales, las dudas silenciosas de Lomeli, los pasillos de mármol donde se deciden los destinos de millones: todo contribuye a la atmósfera de tensión espiritual y política.

Conclave es una obra profundamente necesaria. No sólo por su calidad cinematográfica, sino por su capacidad de interpelar a una institución que aún debe muchas respuestas. Nos recuerda que el poder no se purifica por el rito, y que toda estructura de autoridad —por más sagrada que se proclame— debe someterse al escrutinio de la justicia, la ética y los derechos humanos. Está de reciente estreno en Prime Video latinoamérica.
https://youtu.be/Ecqe8FXvy00?si=e9Z4c9KaLImW99HJ

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